viernes, 27 de agosto de 2010
I-nfinito.
33 mineros chilenos se han quedado atrapados a 700 metros bajo tierra, la noticia se dramatiza más al saber que los servicios de rescate tardarán varios meses en llegar a la burbuja subterránea, procurarán solucionarlo antes de Navidad. Mediante una sonda, les van introduciendo alimentos, ropa, menesteres higiénicos, medicinas... Para animar la moral de los hombres también les envían muestras de apoyo de los familiares, del gobierno chileno y del resto del mundo. Una de esas muestras de apoyo es la del astronauta mexicano José Hernández, que desde el espacio les aconseja hacer ejercicio, alimentarse con comidas deshidratadas y bebidas con electrolitos. Dicha circunstancia constata las 2 capas de incomunicación física actual, la espacio-terrestre y la terrestre-subterrestre. A partir de aquí, imaginémonos la comunicación directa mediante los satélites y un cable de Internet a través de la sonda, un pequeño soporte como i-pod o i-phone que pudieran mandarles hacia abajo y una WebCam que se conectara entre el astronauta y el cabecilla de los mineros. El dispositivo transportaría las imágenes de la ingravidez del espacio interestelar a la oscuridad de la hermética burbuja hundida, una de las constantes más insalvables de la humanidad, “el mundo”, sería obviado en dicha conexión, y la tangente antropológica sería inmesurable.
Al cabo de un tiempo de monotemas, a José Hernández se le podría ocurrir la idea de girar un poco la Webcam, dirigirla hacia las estrellas, hacia la luna, hacia Júpiter o Saturno. Los mineros le pedirían que aunque no estuviera él conectado al chat, dejara la cámara conectada para que pudieran ver las estrellas y crearse un cielo artificial en la catacumba.
Así, uno de esos nodías o nonoches, un minero se quedaría solo, observando el infinito dentro del I-pod, sin darse cuenta de la paradoja de la que formaba parte. Gracias a la casualidad, o simplemente al giro adecuado a la hora adecuada, se distinguiría la silueta solar detrás de la tierra, el crepúsculo paradigmático de la raza humana, entonces él dirigiría el I-pod hacia sus compañeros, que se iluminarían ligeramente, mientras el sonido de la estación espacial surgiría desde el diminuto altavoz y rebotaría densamente inundando la mina, justo antes de que lo hiciera la potente vibración del gigante martillo hidráulico silenciado por el júbilo de 33 gargantas al unísono.
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