sábado, 20 de febrero de 2010



Subí las escaleras a toda prisa, tarareando La marcha imperial de Star Wars, me estaba meando. Al entrar en casa encendí la luz y una jauría de patos se puso a graznar, correr, aletear, volar y chocar. ¡Por Dios qué demonios es esto!. Saqué el móvil, y sin dejar de mirar a los patos llamé al administrador de la finca.

_Oiga, señor Mateu, mi piso está lleno de patos.
_¿De patos?
_Sí, patos.
_¡Es pardal!, ¿Quin día es hoy?
_19 de Febrero.
_¡Uro!, cómo he podido olvidarme, no le he dicho que su piso, el 1º C, está en el trayecto de migración del pato real africano, y que a finales de Febrero conviene que cierre las finestras del balcón.
_Bueno pues los echaré a la calle y que sigan su trayecto, repuse de la forma más amable que pude.
_No puede, me dijo, los ecologistas no dejan que se les toque ni una ploma. Es una especie en peligro de extinción, sabe usted, si mira por el balcón verá a un grupo de ellos.

Salí al balcón, abriéndome paso entre cuacks. Justo en el edificio de enfrente un grupo de tres personas me vigilaban con prismáticos. Uno de ellos llevaba un pipo de lana azul, dejó por un momento los prismáticos y sacó un cartel que decía: No toque a las aves, sino podrá ser denunciado, juzgado y encarcelado.
Agucé los ojos para asegurarme de que ponía eso, después los abrí al máximo mientras me mordía los labios. Volví al interior sin cambiar la expresión. Los patos estaban acurrucados encima del sofá, menos un par que se paseaban por el resto de la casa. Uno de ellos estaba en la pica de la cocina acicalándose las alas, otros se peleaban por picotear un libro, que curiosamente se llama Pan, de Knut Hamnsun. A todo esto, fui a mear, al volver conté los animales, me salían treinta, aunque era difícil estar seguro, a simple vista todos eran perfectamente el mismo, como los clones que debemos tener cada uno de nosotros en los infinitos universos paralelos.

Cogí un póster de Michael Jordan que hacía años que no colgaba y escribí por detrás: ¿Cuánto tiempo se quedarán?, salí al balcón y se lo enseñé a los ecologistas.
Uno de ellos, el del pipo, que parecía ser el cabecilla, le dijo algo a sus acólitos, y éstos se escondieron, para volver a aparecer al poco tiempo con tres pancartas, una detrás de otra:
Sólo un día, ponía en la primera, báñelos y aliméntelos, en la segunda, luego sacaron la pancarta que ya tenían echa de antes y doblaron la parte de arriba, donde sólo podía ver: Sino podrá ser denunciado, juzgado y encarcelado.

Bueno esto ya es demasiado, ahora encima tengo que hacer de niñero de patos salvajes. Volví a llamar al administrador y le conté lo sucedido, me dijo que por favor lo hiciera, que ese piso no era del todo legal, que podría tener problemas con la policía, y que ese mes me cobraría la mitad del alquiler en compensación. No, le dije, ese mes no pensaba pagar. Bien, balbuceó, haga lo que le dicen los ecologistas peró.

Acto seguido llené la bañera, los patos con el ruido del agua se activaron, se dirigieron en fila hasta el baño y comenzaron a chapotear en la minibañera con escalón. Llené el suelo de posters antiguos, recortes de periódicos y servilletas de papel. Más tarde cogí el teléfono para contarle toda aquella locura a alguien, pero no se me ocurrió a quién, como dicen en las películas, no me creerían jamás, pensarían que estoy loco.

Después de una hora de chapoteos y zambullidas, los saqué de la bañera. El instinto paternal que tengo, del tamaño de una uña, me hizo pensar en secarlos con una toalla, pero al final no me pareció una buena idea.
Les puse unos platitos con pan Bimbo bañado en leche, otros con un poco de atún y uno más con salsa de tomate, era todo lo que tenía. El pan lo comieron bien, pero pasaron por encima de la salsa de tomate volcando el recipiente y luego tiraron el atún, hubo alguna trifulca entre un grupillo, rápidamente se calmaron. Después de la cena, de las pertinentes limpiezas de plumas y los estiramientos de cuello, se fueron cada uno colocando en un sitio de la casa. Ninguno eructó, pero dudo que los animales eructen y mucho menos los patos.

El sofá era un lugar muy solicitado, aunque no desdeñaban otros como encima de la tele, entre los libros y revistas, dentro de la lavadora, al calor del ordenador… Aquello era un verdadero gallinero postpoético.
¡Qué demonios!, un día es un día, saqué de la estantería el primer libro que toqué, era “La Alquimia, ¿Superciencia o ciencia extraterrestre?”, un libro que compré por dos euros en el rastrillo y que nunca había abierto, pero que con un título tan sugerente pensé que debía formar parte de mi colección. Me acosté en la cama, donde hice mover a unos cuantos sin que los ecologistas me vieran, y empecé a leer en voz alta:

“Hechos enigmáticos han hostigado siempre a los hombres, que se sentían superados por algo desconocido”.
Hice un silencio, oía algún cuack perdido, pero también me pareció oír algún cuack cuack de susurro, como diciendo, cállate que no me dejas oír lo que está leyendo, seguí:
“Sólo algunos iniciados conocían la verdad y se abroquelaban en un esoterismo total…”.
Al cabo de diez minutos de leer cosas que no entendía, volví a parar, ya no oía nada, me levanté con cuidado, todos estaban dormidos, con las cabecitas escondidas entre sus alas, parecían piezas enteras de jamón york sin empezar. Me recorrió una sensación de plenitud y de compañía.
Salí al balcón, los ecologistas no estaban a la vista, pero seguramente estarían al tanto, habrían contado las aves que fueron entrando y las volverían a contar al día siguiente. Dejé un poco abierta la puerta del balcón, justo el tamaño que tiene una Nintendo 64, que más o menos era el tamaño de cada uno de esos palmípedos clonados. Me eché en la cama de nuevo y cerré el libro de “Alquimia ¿superciencia o ciencia extraterrestre?”, me quedé dormido.

Al día siguiente ya no quedaba ningún nómada, estaba sólo de nuevo. Me los imaginé saliendo uno a uno por la puerta, siendo vigilados y contabilizados por aquel individuo del pipo de lana, como las azafatas de Air Europa cuando cuentan los pasajeros, en este caso los del vuelo nº 14 despegando del apartamento 1ºC de la calle Buenos Aires.

Llamé al administrador y le dije que todo estaba OK, que había tenido que limpiar la casa durante toda el día, y que me habían estropeado el interfono. ¡Vaya historia más fotuda eh!, me dijo mientras masticaba algo, podría escribirla en uno de sus cuentos. Ya lo he pensado contesté, pero no me dijo que no era del todo legal su apartamento, qué pasa si la escribo y luego le pongo en un apuro. Al cabo de medio minuto de masticar, concluyó de la forma más esperable: ¡Bah!, total no le creerán jamás.

5 comentarios:

yokopatri dijo...

pues yo me lo creo, sobre todo lo de que chapoteaban en la salsa de tomate...

el lobohombre dijo...

Pues no veas como me pusieron la casa...

Anónimo dijo...

De donde sacas toda esa imaginación!!! Eres un crack!!!

yokopatri dijo...

ya me imagino, y con lo mal que slen las manchas de tomate, me dirás...

:)

jose maria banús dijo...

Noselodigasanadie...

http://josemariabanus.blog.com.es/

Un saludo, Javi.