viernes, 5 de marzo de 2010

Un Kebab, una coca-cola y un ser humano.




La historia es la siguiente, atentos porque es un lío:

Tras un interminable viaje de vuelta desde La habana, llego a casa. Tengo en la cabeza varias ideas que quiero juntar para un cuento: Un sueño en que la barba me crece en los labios y avanza por el paladar. Otra idea tiene que ver con los diez minutos que me quedé atrapado en el ascensor del hotel Habana Libre con doce personas dentro, una de ellas, un tipo argentino que llevaba un chándal del Barça pero decía ser del Madrid. Quería escribir algo sobre eso dando a entender lo del ascensor como una metáfora de aquel País.
Otra cosa que me gustaría desarrollar son las conversaciones con mis yoes futuros y pasados, a veces cuando salgo hacia un sitio ya me veo en ese sitio y me pregunto cosas a mí mismo en el futuro. También le doy vueltas a que me empieza a clarear el pelo y me da miedo que me quede como a Guardiola, pero eso es tema aparte. Bien, con aquello en mi cerebro abrí la nevera y como es normal nada había, vacío como la tumba de un zombie, ni siquiera tenía agua.
Tocaba ir a comprar con jet lag, bajé la escalera a saltitos, en la calle llamé a mi abuela, como hago cada vez que vuelvo de un viaje, le cuento como ha ido y todo eso, al poco rato me dice que el otro día le pareció ver a mi padre por la tele, yo me extrañé, luego le dije que ahora le llamaría para averiguarlo y que el domingo, como cada domingo, iría a comer, ella me dijo qué quería, yo le dije que arroz de pescado o arrós brut, ella me dijo que le sería complicado encontrar buen pescado, entonces le dije que me hiciera arrós brut, pero insistió en que miraría de hacerme arroz de pescado aunque le sería complicado encontrar pescado, entonces yo insistí en que me hiciera arrós brut, nos despedimos y colgué.

Al cabo de dos minutos mirando fijamente el suelo por el que caminaba, me paré enfrente de un cartel publicitario en la parada de autobús, era la foto de un kebab y una coca-cola, se veían las dos figuras muy grandes, con buena iluminación, 5,95 € marcaba la oferta, en el kebab Aladino.
Siempre que veo nuevas publicidades en la ciudad me quedo observándolas, y si puedo acercarme mucho, lo hago, porque me encanta ver la cuatricomía de cerca, los puntitos de colores que juegan con nuestros ojos, esos átomos postpoéticos que ayudan a que un producto se venda, al acercarte mucho a veces ves figuras que sólo tu te imaginas, como las figuras de nubes, hablando de nubes, en medio del océano pude disfrutar por casualidad de una tormenta, mientras todos dormían, levanté la persiana de la ventanilla, y por ese ojo volador observé como se pasaba de la oscuridad absoluta a la iluminación más espectacular, se encendían las nubes como si Dios volteara una ensalada con dos tenedores gigantes y saltaran chispas cada vez que entrechocaban. Volviendo a la publicidad, a dos palmos de la cuatricomía descubrí la figura de un perro tumbado, sí era un perro visto de lado y se le podía ver la panza, como queriendo que le acariciaran. También en la parte de la carne del Kebab aparecía la silueta de Ámérica del Sur, y me acordé del terremoto de Chile, del Tsunami que provocó y toda esa catástrofe.
Llegando al supermercado llamé a mi padre, me cuenta eso de la tele, que sí que salió en España Directo, porque hubo inundaciones en su pueblo que afectaron a su restaurante, ya que un río cruza justo al lado y se desbordó, me contó que los de la tele fueron dos días a entrevistarle, porque el primero había puesto a parir a todo el mundo y le censuraron, aunque el segundo día ya se calmó un poco, y como era en directo, su mujer le veía por la tele del salón mientras él era entrevistado justo detrás de la puerta.
Entré en el super hablando con él por el móvil para no tener que pararme a hablar con la gente del barrio, pero especialmente para no toparme con un tipo que está chalado, que se me queda mirando y me dice que no me depile el pecho.

Salgo de ahí con dos bolsas en una mano y tres en otra, me pesaban una barbaridad, había una que parecía que no aguantaría, las asas se estiraban al máximo, como cinco gordos haciendo puenting a la vez.
Recibo una llamada en el móvil en el momento menos adecuado, ya lo miraría en casa. Pensé en que el Tsunami que produjo el terremoto de Chile había llegado desde mi imaginación hasta el pueblo de mi padre inundándolo, y me sentí algo culpable.

Por otra parte creía empezar a tener un hilo conductor para juntar todas esas ideas del principio, se basaba un poco en la parte central de las aceras de Tokyo, que está diseñada para los ciegos. Hay un pequeño relieve que circula por todas las vías peatonales de la ciudad, incluso por el metro. Pretendía escribir la historia de un ciego que sigue esa línea y acaba en un ascensor, atascándose con demás gente que no es ciega, y preguntándose a sí mismo como soñarán los no ciegos. Sobre la marcha se me ocurrió relacionar todo eso con la cuatricomía, que no podría vencer nunca a la ceguera, y cosas de esas, pero la bolsa me cortaba tanto que creía que me rebanaría los dedos, y la historia era tan enrevesada que el hilo conductor empezó a cortarse a si mismo.

Al llegar a casa miré instintivamente hacia la parada de autobús con la nueva publicidad, una persona estaba parada mirando muy de cerca el cartel.
Abrí el portal, dejé las bolsas un momento en el rellano y me dirigí hacía el kebab, la coca-cola y el ser humano.
No suelo hacer eso, pero pensé que a lo mejor esa persona que veía de lejos fuera una chica, una chica guapa que había visto mi perro acostado. Pero a medida que me acercaba dejé de pensar que sería guapa y empecé a pensar que sería fea, para luego descubrir que no era una chica sino un hombre, un hombre con un gorro de lana que ponía NY. Me acerqué de todas formas, sin mirar al hombre dije: ¿Ha visto ya al perro?, en ese momento la cuatricomía tenía que luchar con cuatro ojos a la vez, y daba lo mejor de sí para vencernos. Sorprendentemente me dijo que sí, que veía al perro acostado, que parecía que quería que le acariciaran, y que también veía la silueta de América del Sur, -sí es cierto comenté. Me dijo que empezaba a ver ahora una especie de Ovni en la lata de coca-cola, en el margen derecho, Cuando oí derecho, derecho, de-re-cho, giré lentamente la cara hacia él, me estaba mirando, carraspeó, cerré los ojos y oí: No te depiles nunca el pecho. Mierda, era él, mierda. Empecé a retroceder rápidamente dejando a mi enemigo con mi yo pasado. Entré en el portal como pinocho en aquella ballena, imagen que nunca se me olvidará. Mierda, cogí las bolsas, subí las escaleras y volvió a sonar el teléfono, me dio tiempo a llegar a casa, abrir la puerta, dejar las bolsas y descolgar. Era mi abuela que había hablado con mi padre, que sí que había salido en España Directo por el tema de unas inundaciones, que le dijo que había hablado ya conmigo, yo le dije que después de hablar con ella había hablado con él y que ahora estaba hablando con ella de que ya había hablado con él, bien me dijo, el domingo te haré arrós brut si no encuentro pescado, bien le dije, nos despedimos y colgué. Me miré las manos castigadas por las bolsas de plástico, totalmente rayadas y azules, pensé que si alguien de verdad fuera capaz de leerme las manos en ese momento, vería mi futuro tan destartalado como fue aquel día, como ha sido este cuento.

1 comentario:

Cuaderno Célinegrado dijo...

Descubrimiento. Reverencia.