viernes, 14 de enero de 2011

Camellos en un día de viento



El viento me obligaba a cerrar los ojos, bajé los tres escalones del porche y se me acercó envuelto en todo tipo de objetos volantes: _Toma, esto es de lo que te he hablado. Me lo dio envuelto en un trapo indefinido. _Llévaselo a Matías que te diga a ver qué es, se metió de nuevo en el coche y se largó. Entré en casa, desenvolví el objeto, parecía un trozo de motor, partí a ver a Matías.
El viento doblegaba todo lo que se encontraba por delante, llegué al taller con la sensación de haber estado frunciendo el ceño durante horas. Le dí aquello y lo cogió como se coge un perrito caliente. Lo examinó con cuidado, el pequeño hangar dónde guardaba todas esas herramientas y vehículos parecía que iba a desconcharse de un momento a otro. Me di un paseo entre los cacharros, mirando esa arqueología futura. _¡No!, dijo de repente, esto no lo conozco, tendrás que llevárselo a Kareem, el turco de la esquina, porque estos sistemas hidráulicos no pertenecen a mi zona, lo siento no te puedo ayudar.
Fui andando a ver a Kareem, fruncí el ceño de nuevo, un grupo de ancianos corrían a su máxima velocidad por la otra acera, mientras el viento les despeinaba y les llevaba de aquí para ya, iban ataviados con bufandas, boinas y chaquetas de anciano, avanzando con un talante competitivo poco común, como el de las carreras de camellos de las ferias.

Llegué a la tienda de Kareem, le enseñé el misterioso motor, al cabo de unos minutos me empezó a hablar de mujeres, de que le gustaba una camarera que se parecía mucho a su mujer, el problema es que su mujer se parecía mucho a su suegra y eso le quitaba el morbo, que por otra parte le daba la camarera por parecerse una barbaridad a su mujer. Dicho eso me devolvió el motor, tampoco le sonaba, me sugirió que le hiciera una foto y la publicara en foros de internet.

Al salir de la tienda volví a ver a los ancianos. Me sorprendí al observar que iban armados, serían unos diez, no me sonaba haberlos visto nunca. Comenzaron a disparar a cosas sin sentido, a una señal de tráfico por ejemplo, se acercaban todos y la disparaban sin decir nada, se acercaban a una bicicleta y se tiraban quince minutos disparándola, luego a una alcantarilla. De repente empezaban a correr, se paraban en seco y un ola de balas caían sobre cualquier cosa. El pueblo estaba desierto aquel día, me imagino que la gente estaba como yo, escondida observando. Pensé que esa era mi oportunidad, saqué el dichoso trozo de motor y lo tiré sobre la calzada, a unos veinte metros de mi, los ancianos lo oyeron y vinieron enseguida a disparar al motor, llevaban pistolas y alguna metralleta corta, se tiraron diez minutos vaciando los cargadores y esperando a que otra cosa les llamara la atención. Estaba algo asustado, pero al menos me había deshecho de aquel aparato.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Tranquilidad al descubrir el final del motor sin dueño...Pero me he quedado con tremendas ganas de descubrir algo más sobre la camarera que se parece a la mujer que se parece a la suegra del tipo...Enigmático!

Gabriela Torrens dijo...

Interesante.... Hangar con h! Hoy te he visto por la calle, creo, yo estaba comiendo en el Lizarrán y te he visto pasar.

el lobohombre dijo...

vaya! es verdad, gracias, ya lo he cambiado, perdón por la errata, sí, puede ser que me hayas visto, yo como sólo conozco tus piernas no te he reconocido, por cierto, las tapas del Lizarrán me parecen terribles, como la mayoría de tapas que sirven en Palma.

Gabriela Torrens dijo...

Bueno, cuando quieras te llevas a mis piernas a Bilbao de tapas, ;)

el lobohombre dijo...

jajaja, vale!