El magnífico ilusionista británico J.F.Ashbury, más conocido como " El Mago Kellar", era famoso por su número de la autodecapitación, un laborioso truco dónde una cabeza de arcilla que el mismo Ashbury fabricaba, era colocada en la parte superior del traje, soportada por un aplique rígido, de esta forma la cabeza del mago se escondía entre los falsos hombros de dicho traje especial. La iluminación solía ser muy tenue, y el truco maravillaba a la audiencia. Pero Ashbury quería subir el nivel de su espectáculo, quería dotarlo de modernidad y sofisticación. Una noche, trabajando en el taller, le vino a la cabeza la idea del Hombre Algodón. El número consistiría en que Ashbury, metido en una gran bolsa de plástico, sería desmenuzado poco a poco por el público, perdiendo su característica de individuo para pasar a ser un multividuo con tacto suave y esponjoso, lo único real en este espectáculo sería la cabeza, su cuerpo quedaba escondido detrás de una sombra proyectada por la mesa de atrezzo dónde se apoyaba el otro cuerpo, hecho de un algodón más consistente para que la mentira fuera lo más real posible. Y lo consiguió, lo hizo, la gente se llevaba trozos del cuerpo de Ashbury a su casa. Quedaban maravillados ante la originalidad del truco, ante ese impacto visual. Kellar ganó mucho dinero con el Hombre Algodón, se levantaba todos los días con una sensación de plenitud máxima, acordándose de sus inicios en el circo con su padre, Kellar senior, un mago mediocre pero un mago padre, de las palabras que le decía en el camerino antes de salir: Hijo mío, en el circo encontrarás una forma de vida, en los teatros una forma de ganarte la vida.
Por desgracia, llegó el día en que Ashbury enfermó, en que ya no le quedaban fuerzas para seguir con el espectáculo. Se retiró a la edad de 62 años, muriendo poco después de algo que hoy llamaríamos cancer, Otomicosis, Diabetes Mellitus o Síndrome de Patau.
En su testamento dejó escrito a sus dos hijas, ajenas totalmente a la profesión, que le incineraran, pero que celebraran su entierro, que colocaran al hombre algodón, con la cabeza de arcilla que usaba en la autodecapitación, encima de su mesa de atrezzo, que ningún presente expusiera ningún discurso, ni hubiera sermón, ni cura, únicamente que el viento desmenuzara su ligero cuerpecito poco a poco, siendo su último truco ante su último público.
2 comentarios:
Qué bonita la historia.
Nunca había oído hablar del Hombre Algodón.
me encanta el final....un ilusionista que murio ilusionado
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