viernes, 11 de junio de 2010

¡Gracias Secundino!



Desde hace un tiempo a esta parte, este blog está mutando en un blog muy globalizado, contando anécdotas y dando mi opinión sobre asuntos diversos, cuándo antes estaba más centrado en cuentos cortos y poemas, pero ya volverán, ya volverán.

La gran mayoría de veces, hablar con gente desconocida supone un tedio de engranaje, la artillera banal se acumula en disposición hidráulica y va poco a poco noqueándote el espíritu, pero a veces se consigue sacar un brochetazo interesante, como si al volver de pasear de la playa te quitaras los zapatos y llevaras una piedrecita con forma graciosa. Vale, entonces ahí estaba sentado, cuando una mujer dijo que su abuelo de 86 años se había cambiado el nombre hacía unos meses. Pasó de llamarse José a llamarse Secundino, así fue el revés a la línea. Preferí no decir nada, porque esa mujer lo decía con un tono de vergüenza hacia su antecesor, como si hubiera violado el nombre de la familia, ese Tótem metafísico que es el nombre del patriarca había sido astillado hasta el derrumbe total, en cambio a mí, claro está, me pareció un síntoma de genialidad, espontaneidad y originalidad asombroso. Que una persona cambie de nombre poco antes de morir es una acción Dada total, el absurdo por el absurdo, abrirse la cremallera de la vergüenza para orinar a contraviento, hacer lo que a uno le de la real gana. El resto de la conversación fue como beber coca-cola sin gas, pero agradecí a ese anciano su paso hacia delante. ¡Gracias Secundino!

Tres o cuatro días después, debido a mi trabajo, tuve que volar hacia Valencia para realizar un encargo. Todos los días iba a comer al mismo restaurante, un local climatizado donde las carnes eran su especialidad. La pared que daba al exterior estaba dotada con dos cristaleras gigantes que daban a la carretera, una vía constante de camiones, de ida y vuelta, como si fuera un cable de ADSL de miles de terabites descargando todo tipo de productos. Me gustaba mucho ver los camiones mientras comía, que además no se oían, ya que la estructura estaba herméticamente cerrada. En una de esas pasó un trailer de color blanco con un rótulo que ponía Kafka, y justo detrás otro con el de Pantoja, sí así fue, aunque no puedo hacer nada para que lo creáis. Kafka y Pantoja a la misma velocidad, en la misma dirección. Quizá los nombres de la gente famosa viaja en camión, ya que pesan mucho más.
En la carta de ese mismo restaurante tenían un postre llamado Muerte de chocolate, título algo pretencioso, me lo imaginé como una mona de pascua de la muerte, así con la hoz y la capa negra, podría haber sido divertido, pero sabía que no sería así y no lo pedí. Me pasé el resto de los días en ese restaurante fijándome en los camiones, a ver si pasaba uno con el nombre de Secundino para añadirlo aquí, pero todavía no es lo suficientemente famoso, quizá hace falta que se cuente esta historia por ahí, que haya un boca a boca compacto y con tirón, para que el nombre engorde, gane empaque y necesite un trailer para circular.

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