lunes, 8 de diciembre de 2008


El primer paso fue volver a mirar los bolsillos de su bata, el segundo, que coincidió con el segundo paso literal y físico, fue salir a buscar por la calle para ver si no se le habían caído. El tercer paso: mirar la hora en el salpicadero de un Mustang del 77 aparcado enfrente de su casa, apoyándose con las manos cerca de su cara y achinando los ojos para precisar la visión. La 1:30, mala hora para ir tocando por las puertas de los vecinos, que además no conocía. En la ventana del Mustang, una marca de vaho muy parecida a la de la sában santa.

La misma puerta que le aseguraba estar dentro de su casa cuando estaba dentro, le aseguraba ahora estar fuera.

Y no había solución, pasear por las calles en batín y chanclas cangrejeras era la condena por haberse olvidado las malditas llaves dentro. Sus colegas vivían muy lejos, la bolera estaba cerrada, los maniquís, que son a las estatuas lo que las estatuas son al hombre, vigilaban las tiendas, y las ratas macho seducían a las ratas hembra.

Pero al Nota no le importaba, después del pequeño paseo dormiría en el portal de su casa, mañana buscaría la forma de conseguir las llaves e iría a comprar un cartón de leche que pagaría con un cheque.

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