
El ronquido fue un experimento puesto en práctica por los tártaros, para asegurar que en los largos turnos de las parejas centinelas uno pudiera quedarse dormido, emitiendo un sonido desagradable, y así mantener despierto al otro centinela. Con una poción a base de especias y aromas todavía desconocidos (recientes estudios apuntan a la cresta de gallo como principal condimento) se potenciaba el sonido y así la seguridad del ejército. Todavía hoy en día, la mayoría de hombres mantienen esta práctica heredada genéticamente por aquella civilización.
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